La Prensa
Por: Daniel R Pichel - Septiembre 15, 2024
Había mucha expectativa por el debate entre Donald Trump y Kamala Harris. Después de la salida de Joe Biden de la candidatura demócrata, la campaña de la vicepresidenta se fue dando a tumbos, pues no había pasado por primarias ni presentado planes a los electores siguiendo la rutina tradicional.
Kamala Harris recibe el respaldo de Biden veintisiete minutos después de renunciar a la candidatura y comienza una campaña que generó mucha expectativa, recolectó mucho dinero y reclutó muchos voluntarios, dando entusiasmo al partido demócrata. A eso se sumó una convención de postulación llena de alegría, música y discursos motivadores que culminó con la oficialización de la candidatura de Kamala Harris y el gobernador de Minnesota Tim Waltz para las elecciones de noviembre.
Desde entonces, la principal duda sobre la vicepresidenta fue cómo funcionaría sin la ayuda de un teleprompter. De allí, que el debate era muy importante para que los votantes pudieran poner en contexto las diferencias entre ambos. Estos eventos, dependen de mucho más que las propuestas. La presentación, el lenguaje corporal, lo articulado de las respuestas y la interacción entre ellos, tiene mucho que ver en quien gana o pierde.
Si bien el debate de junio con el presidente Biden, sirvió para confirmar las dudas sobre las capacidades de éste para reelegirse, y propició su renuncia a la candidatura, lo de este martes fue una debacle para Donald Trump. Y no lo digo yo, lo dijeron hasta los comentaristas de Fox News. Además de verlo en vivo, volví a “repasarlo” con calma y hay muchas cosas que vale la pena destacar en lo que pasó.
Kamala Harris comenzó a ganar el debate a los diez segundos que los presentaron. Cruzó el escenario directamente hasta llegar detrás del podio de Trump a darle la mano y presentarse “Kamala Harris” (nunca habían sido presentados). Para nadie normal pasó desapercibido lo incómodo que fue para él ese momento, cuando la norma en sus debates anteriores era no saludar a sus oponentes, mostrando desde el principio su actitud de matón de escuela. Y allí comenzó la pesadilla.
El resumen de esa hora y media, pudiera definirse como una conversación entre una adulta educada y un anciano cascarrabias. Durante todo el debate, Trump no miró directamente a la vicepresidenta ni una sola vez, se limitó a señalarla con el índice llamándole “ella”, cuando hablaba de lo mala que era, mientras ella sí lo miraba directamente, llamándole “Former President Trump” (el former era muy importante) cada vez que se dirigió a él, haciendo alarde de sus habilidades como fiscal.
En la primera pregunta sobre economía, Trump se defendió como siempre, enfocándose más en lo mal que lo han hecho los demás, que en lo que él piensa hacer. Su principal argumento fue más o menos “yo logré la mejor economía de la historia de la humanidad”. El segundo tema sobre aborto, fue su primer gran patinazo, pues basó su respuesta en la mentira que “la gran mayoría de la población quiere que las regulaciones del aborto sean manejadas a nivel estatal, y que los demócratas proponen que el aborto se de después del nacimiento del bebé”. La realidad es que más del 70% de los estadounidenses se oponen a que se eliminara la norma Roe v. Wade en que se basaba la protección del derecho al aborto. Además, ningún estado autoriza abortos post nacimiento (que ya no serían abortos). Harris, le dio una repasada hablando de los ejemplos puntuales de mujeres que sufren las consecuencias de la prohibición del aborto propiciada por la Corte Suprema “orgullosamente” nombrada por Trump. Así mismo, él evitó afirmar que vetaría una prohibición nacional contra el aborto, lo cual no hubiese gustado a sus fanáticos evangélicos.
Conforme pasaba el tiempo, la cosa empeoraba más y más para el candidato presidencial más viejo en la historia de los Estados Unidos. Mostraba una cara desencajada, el ceño fruncido, y una rabia no muy recomendable para alguien que quiere lograr el apoyo de la gente. Como describió un artículo en el WSJ, se le corrió el maquillaje y le quedaron unos círculos blancos alrededor de los ojos que lo hacían parecer entre un mapache y una lechuza. Pero, a mi modo de ver, el momento clave del debate fue entre el minuto 26 y 27, cuando Kamala Harris propuso a la audiencia, que vieran por TV uno de los eventos de campaña del energúmeno que tenía a su derecha porque, aparte de hablar de cosas como Hannibal Lecter, o del cáncer que producen los molinos de viento (al fin entendí a Don Quijote), verán como los asistentes se van antes que termine, por aburrimiento. Si se fijan en ese instante, Trump abrió los ojos como dos platos… Sospecho eso ocurrió en el momento en que se le saltó el fusible en la corteza pre-frontal. A partir de ese momento, la densidad de mentiras y locuras que comenzó a disparar por la boca, como un rifle AR-15, fueron dignas de una clase de psiquiatría, enfocada en su patológica personalidad narcisista.
Entre sus arrebatos, insistió en el cuento que los migrantes en Ohio se comen los gatos y los perros de los vecinos. Y sin importar qué le preguntaran, sus respuestas se encasillaban en culpar a los millones y millones de delincuentes y pacientes psiquiátricos que Biden y Harris pasan por la frontera cada día, mientras insistía en decir que él es lo mejor que ha pasado en la historia del país y “ellos” son lo peor que existe. En el medio de su verborrea de odio, terminó diciendo que Harris odia a los judíos, odia a los árabes, odia a los norteamericanos y que Biden odia a Harris. Además, se inventó un personaje ficticio llamado “Abdul” (otro de sus amigos imaginarios) que según él es el líder de los talibanes y que fue con quien negoció la salida de Estados Unidos de Afganistán.
Las mentiras fueron tales, que los moderadores en varias ocasiones tuvieron que aclararle que no hay ninguna evidencia de lo que estaba diciendo, a lo cual el contestaba con argumentos tan contundentes como “lo vi en la televisión”… Por supuesto, ahora protesta porque a ella no la corrigieron… Pero es que ella no mintió cada vez que habló…
Mientras tanto, la vicepresidenta se mantuvo en su libreto, presentando sus planes, y terminando cada una de sus intervenciones lanzándole a Trump un anzuelo con alguna carnada, sobre la cual él se abalanzaba sin reparo alguno, cayendo en la trampa de mostrar su lado más desagradable como persona prepotente, maleducada y tremendamente ignorante una y otra vez.
Pero lo que también fue imposible esconder para Trump en medio de su descarrilamiento, fue su extrema misoginia y desprecio por las mujeres. Durante todo el debate no miró ni una vez a Harris, y nunca se dirigió a la moderadora Linsey Davis, otra mujer de raza negra, mientras que si le hablaba a “David”, el otro moderador.
El resultado del debate no está en discusión. Harris trapeó el estado de Pennsylvania con la melena de Trump, teniéndolo agarrado por las patas. El único que dice que ganó el debate es él. Casi todos los demás americanos (excepto los feligreses de esa religión donde él es Dios, profeta y pastor) tienen claro que lo perdió. Pero aún así, este tipo despreciable, declarado culpable por violación y acusado de más de noventa delitos, tiene un montón de millones de personas que lo admiran. Sin duda, aunque la bella ganara el debate, la bestia tiene su gente…
Cardiólogo Clínico y Ecardiografista en Cardiólogos Asociados de Panamá y Hospital Paitilla. Profesor de cardiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Director Fundador del Museo de la Libertad y los Derechos Humanos de Panamá. Es miembro del Movimiento Ciencia en Panamá y del Club Rotario Pacífico. Panelista invitado en programas de opinión de radio y televisión. Desde 1997 es columnista regular de la sección de Opinión del Diario La Prensa.
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