La Prensa
Por: Daniel R Pichel - Mayo 18, 2025
Esta semana se murió Pepe Mujica. Cuando visitó Panamá en 2017, escribí una columna que titulé "Un tipo raro...". Porque, dada la fauna que hemos tenido en América Latina ocupando sillas presidenciales, "Don Pepe" era un personaje completamente atípico. Su sencillez y austeridad resultaban una anormalidad comparada con el lujo y la pompa con que suelen desenvolverse nuestros líderes políticos.
Aquel viernes 27 de noviembre de 2017, durante dos maravillosas horas, Pepe Mujica no hizo más que pronunciar frases de esas inolvidables, que siempre marcaron su actuar, tanto en lo personal como en lo político. Se jactaba de ser el presidente más pobre del mundo, quien siempre se movilizó en su Volkswagen de 1987, porque consideraba que "cumplía su función de llevarlo de un lugar a otro". Cuestionaba la necesidad de riquezas materiales que nuestra sociedad ha convertido en una prioridad,. Tenía esa facilidad para generar un titular, cada vez que hablaba: "La igualdad no se refiere a posesiones, se refiere a oportunidades" o "Al que le gusta mucho la plata, no debe entrar en la política. Debe dedicarse a la industria o al comercio, generar mucha riqueza, pagar sus impuestos y lograr que todos vivan mejor". Así, definía la política como "la capacidad de pensar en el nosotros y no en el yo".
Ateo contumaz, nunca le negó a la Iglesia Católica, su papel indiscutible en el desarrollo de la cultura y el conocimiento occidental. Al morir, después de un sepelio multitudinario en Montevideo, pidió ser incinerado y que sus cenizas fueran enterradas junto a un árbol en su finca, al lado de donde se enterró a su perra Manuela. La misma finca donde pasó gran parte de su vida. Sin duda, Don Pepe fue un personaje que pregonó con el ejemplo, y que siempre se caracterizó por su honestidad con su propias ideas, cuyo eje central fue el bienestar de las mayorías.
Pero, mientras el mundo se queda sin el inmenso Pepe Mujica, somos testigos de cómo un despreciable personaje como Donald Trump, hace alarde de todo lo contrario. Únicamente sabe hablar de lo maravilloso que es él, sus ideas, y de qué forma todo lo que hace, automáticamente es lo más grandioso que ha existido en la historia de la humanidad (lo dice literalmente con esas palabras).
Como bien comentó en una entrevista hace una semanas el escritor español, Arturo Pérez-Reverte, estamos viendo en directo la caída de un imperio. A lo largo de la historia muchos imperios han desaparecido, y todos han tenido más o menos el mismo patrón de decadencia. Gobiernos unipersonales que no permitieron el disenso y se caracterizaron por hacer únicamente lo que se le antojaba al líder supremo. Lo que ha cambiado, es que los imperios tomaban mucho tiempo en cumplir su ciclo de decadencia, pero ahora, dada la inmediatez que caracteriza nuestros tiempos, da la impresión que todo está ocurriendo demasiado rápido.
El gobierno de Trump se ha empeñado en hacer todo aquello que pueda incomodar a las personas decentes, estudiosas, inteligentes o con sentido común. Ha emprendido una cruzada contra las universidades, la ciencia, la investigación y la ética. Está tratando de normalizar conductas que jamás se hubieran imaginado posibles en el gobierno de los Estados Unidos, mientras destruye las instituciones en las que se basa la hasta ahora sólida democracia estadounidense. Para él, y para quienes lo acompañan en el gobierno, el concepto de conflicto de intereses, simplemente está fuera del diccionario. La corrupción, en su forma más descarada, se está convirtiendo en moneda de cambio diario de su entorno. Para ejemplo, basta ver como sus hijos están creando clubes privados con el objeto de que los miembros, después de pagar cuotas de membresía de hasta medio millón de dólares, tengan oportunidad de conocer e interactuar con altas figuras del gobierno, lo que le permitiría hacer negocios y conseguir influencias en los círculos de poder.
Tan sólo esta semana, Mr. Trump partió a un viaje por los países de Oriente Medio, con el único objetivo de cerrar negocios y de recibir toda la adulación que en su inmenso ego pueda tener cabida. Lo más grandioso de todo, es como trata de hacer ver como normal que el gobierno de Qatar, literalmente le regale al departamento de defensa de Estados Unidos, un avión de lujo valorado en 400 millones de dólares, para reemplazar el avión presidencial de los Estados Unidos. Hasta muchos republicanos han llamado la atención al terrible conflicto de interés que generaría un regalo como este, prohibido a nivel constitucional, y que se percibe claramente como un intento de ganar favores del presidente de Estados Unidos por parte de un gobierno que hasta hace muy poco, el mismo Trump acusaba de patrocinar el terrorismo de Hamas. Pero no pretendamos que el presidente anaranjado rechace que le regalen un avión adornado de detalles dorados. Aunque ya se dijo que habilitar el avión qatarí para funcionar como avión presidencial, pudiera tomar dos años y una inversión de 1000 millones de dólares para instalar los dispositivos de seguridad que requeriría. Ah, pero Trump tiene claro que una vez que termine su presidencia, el avión será para él, y no para los presidentes que sigan, pues el regalo se lo están haciendo a él y a nadie más. Cualquier comentario que uno haga sobre este tema del avión, le quitaría seriedad a la falta de respeto que esto representa hacia el pueblo americano, que está siendo sometido a recortes en la planilla de agencias gubernamentales, suspensión de programas sociales y que están viendo como su economía se debilita rápidamente gracias a los arrebatos de su presidente y su pandilla.
Si bien, Roma, tuvo un emperador que nombró senador a su caballo, Estados Unidos tiene un presidente, que se siente emperador, y que ha nombrado un montón de burros en su gabinete. Esos, se están encargando de destruir al país, que por muchos años ha sido visto como un ejemplo de democracia sólida y digna de respeto.
Lo injusto de todo esto es, que mientras se muere Pepe Mujica, a Donald Trump, no le dan ni salpullido…
Cardiólogo Clínico y Ecardiografista en Cardiólogos Asociados de Panamá y Hospital Paitilla. Profesor de cardiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Director Fundador del Museo de la Libertad y los Derechos Humanos de Panamá. Es miembro del Movimiento Ciencia en Panamá y del Club Rotario Pacífico. Panelista invitado en programas de opinión de radio y televisión. Desde 1997 es columnista regular de la sección de Opinión del Diario La Prensa.
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